A corzos con mi hermano



  - Hace mucho frio, ¿no?.
  - Demasiado, no puedo mover los dedos.
  - Bueno, mira, vamos a ir subiendo pegados al monte y poco a poco mirando todo lo que podamos.

Prismáticos en mano y mirando todo lo posible para ver si detectábamos el mínimo movimiento que no fuese producido por el leve viento que, por suerte, teníamos a favor e iba dándonos en la cara.
Al rato, un corzo ladra lejos y nos hace ponernos en alerta.
Seguíamos caminando despacio, muy despacio y cada poco los prismáticos volvían a la cara.

  - Vamos a meternos en el monte. No queda otra.
  - Si hombre, vamos hacer mucho dentro del monte, aparte de ruido.
  - Pues para llegar aquella peña que está allí, podemos ir volando si quieres.
  - Venga tira…delante y con cuidado. (¡Baja aumentos!)


Cuatro pasos y... el corzo ladra de nuevo en dirección contraria a la nuestra; miro a mi hermano y le hago gestos con la mano diciendo que lo dejemos, ese no tenía intención de salir de la mata que lo cubría y menos después de habernos sentido entrar en sus dominios.




- Es imposible Victor, imposible. Le decía a mi hermano.

Estábamos dentro del monte; ruido leve al caminar pero que cualquier corzo escucharía y saldría pitando, ladrando y poniendo en alerta a los que hubiese alrededor. Caminando y mirando lo poco que podíamos y el monte nos permitía, íbamos ganando metros sin ningún bicho aparentemente cerca.
Nos dispusimos a saltar a un prado, con una pinta estupenda para que un duende pudiese estar allí comiendo. Saltamos ambos, damos 4 pasos y mi hermano me avisa:

  - Arriba, arriba.

Miro encarándome el rifle, y veo el corzo -aún con borra- cruzando a paso ligero a unos 50 metros. Acto seguido me quito el rifle de la cara.

  - ¡El de atrás, el de atrás! Dice mi hermano de nuevo.

No lo llegué a ver. Al parecer un buen macho según indicaba mi hermano.

  - Mira, vamos a seguir caminando y nos vamos a salir de aquí. Subimos arriba del todo, a las peñas y vigilamos a ver si por suerte vemos alguno.

Sin más, comenzamos a subir…

  - ¡Allí, allí Diego!
  - ¿Dónde? Ah, sí, lo veo, pero tiene borra aún.
  - ¡No coño, el de atrás!


Efectivamente, pudimos ver que era un corzo con una pinta muy buena. Ni se me pasó por la cabeza intentar el disparo, ya que iban subiendo ladera arriba “como balas” y no merecía la pena.
Los seguimos vigilando para ver si se paraban y poder hacer alguna entrada, pero coronaron la montaña y los perdimos de vista. Eran los dos que habíamos levantado más abajo.
Decidimos seguir subiendo para mirar todo desde arriba. Es un terreno muy, muy difícil de cazar. Monte cerrado, por lo que los corzos te ven muchísimo antes de que los veas tú a ellos; y cuando no, se te arrancan a 30 metros…y a correr. 





Parando y subiendo -así íbamos- y en cada parada, un poco de aire. Por cierto, daba gusto respirar. Parecía limpiar todo el cuerpo después de estar semana tras semana en la ciudad.
Ya estamos arriba. Parecía pequeño el repecho desde abajo, pero hubo que “apretar” un poco las piernas para llegar arriba.
¡Que vistas! Izquierda, derecha, delante, detrás, y allí en la cima nosotros dos, mirando y remirando la zona para ver si, con un poco de suerte, conseguíamos ver algo sin ser localizados antes.



  - ¡Víctor, Víctor, dos culos allí enfrente!

Aunque largos, no habían delatado nuestra presencia y por tanto, seguían a lo suyo ramoneando tranquilamente. El macho aún tenía los cuernos con borra.

  
- ¡Vaya por Dios! Bueno, vamos a esperar aquí quie.....


Ni a acabar la frase me dio tiempo, cuando un ladrido a nuestra izquierda nos asustó. Rápidamente me giro apoyándome en el trípode, y ahí estaba un corzo subiendo al trote ladera arriba. 




Por el visor veo que está formado, con sus seis puntas y una altura considerable, saliéndole los cuernos por encima de las orejas. Todo en segundos, y tenía claro que lo iba a intentar.
Un silbido de mi hermano lo hizo frenarse. Lo tengo. Respiro e intento centrar la cruz rápidamente, mientras por detrás y en tono bajo sentía:




  - Ahí, ahí, tírale ahora.

Disparo, y el corzo desaparece entre el monte.

  - Seco, seco. ¡Enhorabuena!.

Apretón de manos, abrazos, más abrazos. ¡Bien, bien!

  - Vamos por él.

  - ¡Coño, Diego! Mira ladera arriba. ¡Allí corriendo!.

Me “tiro” el rifle a la cara para observar rápidamente.¡Qué corzo! Menuda “madera” lleva encima, y cómo pone tierra de por medio.






  - ¡Ostia! Víctor, que ya no sé dónde cayó, y además no nos quedamos con ninguna referencia.
  - A ver. Dejé allí el trípode. Vete hasta él de nuevo y céntrate más o menos a ver si te sitúas. Si no, ya sabes lo que queda, zigzaguear.

Allá voy. Al sitio desde donde le disparé. Voy a trazar una línea recta guiándome por el trípode, a ver qué pasa, pensé.

  - Esto no lo hacemos más, Víctor. Primero marcamos y luego nos abrazamos -le decía mientras seguía trazando la línea recta, y estaba empezando a ganarme el nerviosismo.

  - No puede ser. A mí no me suena estar tan largo; además, lo veía entero y aquí esto está muy cerrado. Lo hubiese tapado más. Desvío la mirada un paso más adelante y…

  - ¡Aquí, aquí está! ¡Ven, ven!

Más abrazos, más apretones de manos, fotos, más fotos, sonrisas.

El cielo se puso negro y las primeras gotas se dejaban caer, y allí, en aquella sierra, dos hermanos, un corzo, ilusión, una mezcla de sentimientos especiales que pocas cosas me hacen sentir así. Bueno, qué os voy a contar.

  - Venga, vámonos antes de que empiece a llover más.

Allí nos agarramos los dos y fuimos poco a poco bajando de aquella sierra….



Gracias hermano.





El corzo del sofocón

A mi me suele pasar, el día antes de… bueno, da igual, al lío.




Mochila al hombro, rifle y unas pocas de balas para empezar desde este alto a llevarme los prismáticos a la cara. El sol empezaba a salir, rojizo y entre la niebla amenazando con calentar no tardando mucho lo que era igual a mucha mosca y pocos corzos. A simple vista descubro en el viso una corza comiendo hierbajos pegados a una siembra y a vista de prismáticos veo unas orejillas, las de la cría.


Tengo el aire de cara, a si que despacio voy bajando para caminar a media ladera ya que ella y su cría estaban en el sitio por el que yo quería pasar, a si que para que no pegase el espantazo y saliese corriendo decido ir a media ladera. Camino por el borde de una siembra despacito intentando hacer el mínimo ruido posible, cosa difícil porque está recién cortada y el “cras cras” es inevitable. Miro hacia el frente y en la orilla de otra siembra estaba otra hembra comiendo por los bordes algún otro hierbajo, a algunos metros aunque pocos de las otras dos. Si sigo caminando me descubro por completo, me verá y saldrá corriendo justo no dónde quiero que salga corriendo que es por el camino que digo más arriba y tengo pensado coger.


Sin más y al mínimo ruido de un paso mío levanta la cabeza, se planta, le da a las orejas un poco y sale corriendo en dirección a las otras dos:
Cojonudo, no quería taza, pues taza y media.
Cosas de la suerte, la corza cuando ve a las otras dos, se asusta girando hacia atrás y estas dos salen corriendo detrás de ella. A si me gusta, trabajando en equipo y camino libre para mí.




Me voy bajando poco a poco cuando me lo va permitiendo el terreno hasta llegar al principio del camino que yo quería coger para desde ahí empezar a mirar unas “morras” que va haciendo el monte y que son de monte bajo. Nada más reanudar la marcha veo cruzar una cabeza a escasos 20 metros de mí hacia abajo y esa no era buena dirección para mi pero sabía que para el tampoco. Dicho y hecho, no pasan 5 segundos y otra vez entre el monte pasa la cabeza hacia arriba. Es un macho “aparente”, vamos, se el macho que es porque le había visto hace tiempo a si que acelero mis pasos para poder ver el terreno que sabía que me esperaba delante. Ahí está, trotando junto a una hembra y momento que aprovecho para sentarme en el suelo, apoyar el codo en la rodilla y esperar a que se paren. Se paran, están cruzados, monto el pelo del rifle e intento dejar quieta la cruz de mi visor por la parte delantera del corzo pero mi mala posición y los nervios me lo impiden y no conseguía más que un baile de una cruz por el monte y el cuerpo de un corzo.
Decido no disparar pudiendo arrepentirme, pero no lo tenía claro aunque la distancia no fuese más de 120 metros como mucho.


Pensaba que llegarían a lo alto y se perderían detrás de la primera morra, pero no fue así; Se volvieron hacia atrás cogiendo un regato arriba que iba a salir a una tierra.
Miro hacia mi derecha y veo una morra por dónde poder no atajar, pero si poder volver a ver los corzos. No lo pienso, saco la bala de la recamara y corro hacia lo alto de la morra enterrándome las piernas hasta las rodillas en el monte y pinchándome con los tojos a cada movimiento que hacía. Llego a lo alto, me paro y el sol me pega en la cara, aunque rápidamente veo una polvadera por la tierra y descubro los dos corzos cruzándola a todo tren que les falta poco para llegar a una zona de monte bajo, momento que aprovecho para tirar la mochila delante de mi, subir una bala a la recámara y tirarme yo al suelo también.




Una vez en el suelo, sentí que yo no estaba bien, el corazón me iba a salir por la boca (cosa lógica por la carrera) pero esto era una cuestión de tensión, sofoco, lo que fuese, el sol tampoco ayudaba; Con las manos noto que el pasto está mojado y con los corzos ya en el monte bajo comiendo y caminando suavemente, que supongo creerían haberme perdido de vista, meto la cabeza entre el pasto para refrescarme, la levanto, siguen allí, la vuelvo a meter entre el pasto, la levanto, hago un primer intento cogiendo el rifle pero dónde estoy tumbado es bastante llano y no puedo coger bien el rifle y mucho menos apuntar bien por la postura y porque el corazón lo notaba en la garganta, no tenía pulso ninguno y si antes que estaba mucho más cerca dejé de tirarle como para hacerlo ahora que están mucho más lejos y yo estoy mucho peor. Dónde vas así, pensé, mientras soltaba el rifle y volvía a meter la cabeza entre el pasto, vamos completamente tirado en el suelo con la postura que tenía, pasto de buitres en toda regla. 


A todo esto, los corzos seguían al frente y tranquilos, o al menos algo más tranquilos, comían y daban pasos cortos levantando de vez en cuando la cabeza.




Vamos con otro intento y lo mismo de antes, no podía coger bien el rifle, si lo cogía bien no me podía apoyar cómodamente y si me apoyaba cómodamente no lo cogía bien, hasta que tuve la “magnífica idea” de doblar la mochila y así conseguir un buen apoyo y un buen encare. Yo estoy algo más tranquilo, los corzos empiezan a caminar ya un pelín más ligeros y no tardarían en perderse por el viso. Lo voy a intentar, pensé. Agarro el rifle, me coloco y me vuelvo a colocar esto se ve muy pequeño, reviso aumentos, están a 10 y no tengo más hay que tirar casi a la voz de ya. Monto el pelo, intento respirar suavemente y en una de estas que la cruz estaba dentro del cuerpo del corzo me sorprendió el tiro, levanto la cabeza rápidamente a la par que veía a los dos corzos salir corriendo y yo pegaba el cerrojazo. Me coloco rápidamente por si se vuelve a parar y lo hace si, pero en el viso, ahí no puedo tirar, lo tengo más o menos en la cruz del visor mirando en mi dirección, pero no puedo disparar, cuando el corzo se gira lentamente y como cojeando da un paso y se pierde en el viso.
La corza que había escapado antes que él, se vuelve, la veo aparecer en el viso y tan rápido como allí apareció volvió a irse, pero sola.




Esa cojera que me pareció ver y la hembra que se marcha sola me hace pensar que el corzo está en lo alto. Antes de irme, como curiosidad saco el telémetro y miro la distancia indicando este 232 metros; Este cacharro nunca lo uso antes de y cuando me acuerdo lo hago después de, cómo curiosidad y más me vale así, porque si lo hiciese antes de disparar estoy seguro que en alguna ocasión el gatillo no se aprieta.


Me pongo de pie, mochila a la espalda y rifle al hombro. No me encuentro bien, sudores fríos, falta de fuerza en las piernas y el sol me está matando. Caminando despacio, voy acortando el terreno que me separaba del corzo, cruzo la tierra y encarrilo el monte bajo directamente hacia el viso sin ir a revisar el lugar del tiro, cosa que haría si al llegar arriba no me encontrase nada. Nada más llegar a lo alto paso la vista entre el monte y veo un morro que sale hacia arriba, allí está. Me acerco, es un corzo bonito, la mañana estaba hecha.


Un buen bocadillo, agua y coca-cola solucionaron mi sofocón.